La Zamora del siglo XVI



                                            
 Reproducción inspirada en A. Van den Wyngaerde(original abajo)[1] de Carlos Adeva (Toro 1974)



La vista urbana de Zamora del flamenco Antón Van den Wyngaerde es una excelente panorámica que nos permite imaginar la fisonomía de la ciudad, tal como la vería Sor Ana de la Cruz, Ana de Borja y Centelles, a su llegada a Zamora en aquel lejano enero de 1597. Se aprecian numerosos campanarios, la catedral con su cúpula, el castillo y sus torres, las peñas de Santa Marta y numerosas ermitas.

En primer plano observamos los monasterios de San Francisco y de San Jerónimo, este último donde se alojó la fundadora, sor Ana de la Cruz, varios días, debido a la crecida del Duero. Podemos ver el puente con sus torres y, tras él, el recinto amurallado de Zamora. Una vez atravesado el puente, Ana se dirigiría  a la puerta de San Pedro y hacia la derecha iría hasta la casa de Ana de Osorio, en la Rúa de los Francos, frente a la iglesia de la Magdalena. Podemos apreciar las dos alas construidas del patio de la casa de Ana de Osorio, frente a la iglesia de la Magdalena (F) en la vista.

Zamora, era hacia 1597 de reducidas dimensiones, habitada por 2.185 vecinos, lo que suponía 8.361 almas. Cabeza de corregimiento, provincia y partido, ciudad con voto en Cortes, con la representación de Galicia, era también sede de una de las más antiguas diócesis de la Corona de Castilla.

Aunque había perdido ya la importancia que tuvo en la Edad Media, disfrutaba a mediados del siglo XVI  de un momento de esplendor, con aumento de la población y producción agrícola, instalación de nuevas actividades industriales y nuevas fundaciones religiosas y educativas o asistenciales. Por entonces se creó la Escuela de Gramática y Cátedras de Filosofía y Teología en el Convento de San Jerónimo, así como los hospitales de Sotelo (1526) y de la Encarnación (1629).

El  “carral mayor” era la verdadera “vía sacra” que unía la Catedral, poder eclesiástico, con la Plaza Mayor, que con sus Casas Consistoriales, hoy Ayuntamiento viejo, representaban el poder civil del Concejo, con sus regidores.
En el ágora nos cruzaríamos con el segundo eje viario, el industrial-comercial, el más poblado, que unía el Mercado y la Puebla del Valle con el Barrio de la lana, a través
de la calle de la Plata y la Cuesta de Balborraz para empalmar enfrente con la Costanilla.

Zamora contaba con un mercado diario y otro semanal, además de la feria de Gracia, concedida por Sancho IV en 1290, y la de Botijero, otorgada por los Reyes católicos en 1476, que duraba 22 días. En estas ferias  se comerciaba con productos básicos (vino, cereales), con textiles de lana seda y lino, guarnicionería, hierro, calzado y confección, y se podían obtener  también mercaderías y materias primas procedentes de lejanas tierras. La actividad mercantil estaba regida por las Ordenanzas Municipales de tradición medieval. Los veedores vigilaban estas actividades, para evitar el fraude y abusos. Los comerciantes y artesanos estaban agrupados en gremios y por calles, teniendo su tienda-taller en su propia casa. Los palacios de nobles, talleres, iglesias y la Catedral daban a Zamora su carácter urbano, sus habitantes eran sólo vasallos del Rey.

La estructura social se componía de los militares, la nobleza y el clero, aparte de la gente del común o pecheros. Zamora era plaza fuerte y fronteriza, por lo que vivían en ella gentes de armas. La nobleza, el 5% de la población, estaba formada por los Títulos del Reino, como el Conde de Alba de Liste, los Rodríguez de Ledesma etc., y por caballeros e hijosdalgo, aunque también había hidalgos pobres que ejercían oficios mecánicos.

La clase noble integraba las corporaciones civiles como “el estado noble de Caballeros Hijosdalgo de Zamora”, y se reservaban las supremas magistraturas, formando parte del Concejo, como regidores de cofradías como la de los “Caballeros Cofrades de San Ildefonso” o del Bailiaje de la Orden de San Juan de Jerusalén (caballeros sanjuanistas), con archivo en Sta. Mª de la Horta. Eran verdaderos señores, grandes propietarios que estaban exentos de impuestos, y tenían a su cargo y servicio escuderos, criados y hasta esclavos.

El estamento eclesiástico constituía el tres por ciento de la población urbana. Destacaba el Cabildo Capitular,  dignidades (chantre, tesorero, etc.), 24 canónigos, 12 racioneros, 28 capellanes, 16mozos de coro, músicos, mozos de capilla y sacristanes. Las rentas del obispado ascendían en 1597 a 20.000 ducados.

En la ciudad había 27 parroquias, 33 ermitas y santuarios, 11 conventos de monjas y 6 o 7 de frailes (2) y contaba con 13 hospitales, como el de Sotelo (1530) y el de la Encarnación (fundación de los Morán Pereira en 1529), que atendían a enfermos no contagiosos y curables.

La piedad popular se expresaba en este siglo en numerosas cofradías, gremiales o no, con algunas tan curiosas como la que se creó “para dotación de doncellas para el matrimonio” o la de los Caballeros de San Nicolás, fundación de Antonio del Águila, que dejó renta para pobres y casamiento de doncellas, encomendada al Monasterio de San Jerónimo. Entre las devociones piadosas más populares destacan la de la Virgen del Tránsito y la del Rosario, participando Zamora en el movimiento inmaculadista del primer tercio del siglo XVII, con el obispo Plácido de Tosantos O.S.B., enviado por Felipe III para defender ante Paulo V la proclamación de la Inmaculada Concepción. San Ildefonso y San Atilano tenían también una “Cofradía de Caballeros de San Ildefonso”, con hospital tras la iglesia de su nombre, que socorría a los pobres con comida en las festividades litúrgicas. Las procesiones del Corpus Christi y de Semana Santa eran celebradas con gran solemnidad en el siglo XVI.
También había fundaciones de pósitos o alhóndigas, como la del obispo Diego Simancas, cuyo establecimiento estaría a cargo de justicias y regidores, para vender trigo a los pobres a bajo precio.

En conclusión, se trataba de una sociedad muy compartimentada y heterogénea, con grandes contrastes entre los privilegiados y la gente común, pobres, marginados, prostitutas etc. Eran también frecuentes los conflictos entre Cabildo y obispo, de éstos con el Concejo y de los regidores del mismo con los restantes caballeros, por los cargos municipales; otras veces el enfrentamiento era entre regidores, caballeros y escuderos contra los campesinos del alfoz de Zamora. Pero también había ocasión para fiestas, corridas de toros por las calles, juego de cañas etc.

A esta Zamora vino a fundar sor Ana de la Cruz, un desapacible día de enero de 1597, vísperas de la fiesta de San Antón.

Imagen de la Iglesia de la Magdalena en 1865 (grabado de Villamil) en la esquina derecha el convento del Corpus Christi, Esta imagen nos permite imaginar la Zamora de esa época y el entorno del convento y de sus moradoras.

1.2 La visita de Felipe III a Zamora

En el año 1602 el rey Felipe III visitó Zamora durante sus fiestas. Ya el 20 de julio de 1600 se anunció que el rey Felipe III visitaría Zamora con la recomendación de que los gastos por su visita “deberían de ser moderados, y que las ropas de los Regidores no llevaran telas de oro, sino de terciopelo. Como veremos un poco más adelante la ciudad no hizo ningún caso de esta recomendación de sencillez.

Se nombró una comisión de cuatro regidores para idear el programa. Considerando los gastos y deudas de la ciudad, decidieron suplicar al rey que consintiera “en sacar en sisa sobre los  mantenimientos y bastimentos  hasta 20.000 ducados con que costear las fiestas y solemnidades”. Antonio de Treviño, Secretario del Ayuntamiento certifica “en razón de  lo que se les ha cometido por la ciudad de tratar mirar y acordar la orden que se podrá tener en el recibimiento y fiestas que se han de hacer a los reyes con toda la pompa y autoridad  que sea posible  saliendo a ello a la ciudad vestidos con sus ropas y demás aderezos y para la salida se conviene al gremio de los caballeros  hijosdalgos de esta ciudad para que vayan acompañados a caballo con capas y gorras muy galanes. Que se aprecia a los escribanos y procuradores y a los otros ciudadanos honrados que pudieren haber caballos vayan con capas y gorras y los mejores arreos que pudieres a acompañar la ciudad delante del gremio. Que salgan recibir todos los oficios y tratos  de la ciudad con carros, mascaras e invenciones o danzas”.

“Que delante de la ciudad y personas que fueren libres  vayan seis u ocho trompetas y cuatro pares de atabales vestidos de seda de colores  con las armas de la ciudad y se traigan otros menestrales de Salamanca para que toquen a la entrada  de la ciudad y después a trechos en las casas, palacio, en los arcos y en la entrada de la iglesia.
Que se salga de las casas  de la ciudad con mucho orden y se vayan a la puente donde sus majestades  se hubieran apeado y se les bese las manos y después se les dará las llaves  y se hará otra reverencia y se vayan entrando por la puerta y debajo del palio en la ciudad.”

“Al día siguiente se celebrara un torneo partido de cuadrillas o aventureros; que el día de el regocijo se les de a sus majestades una gran colación. Que se hagan muchos tablados a cuenta de la ciudad en el mercado y en el palacio para los caballeros de la corte, criados de los Reyes y suyos y para los caballeros forasteros. Que se pinten las armas reales como las de que están en la casa del Consistorio y en las torres de la puente y que se cuelguen en las calles y ventanas lo mejor y más lucido que se pueda, también que se pinten y renueven las estatuas y figuras de Arias Gonzalo y sus hijos que están en la puerta de mercadillo. A la noche que hayan muchas luminarias. Que se haga un arco triunfal junto a las Casas de Consistorio. Que se aderecen y se limpien bien todas las calles y los muladares y tierra se echen fuera de la ciudad. Que la ciudad este muy bien proveída (leña, carbón, nieve). En la plaza de San Ildefonso  se haga un
Felipe III a caballo, Velázquez
tablado muy grande con dos escaleras para que sus majestades suban a ver y reverenciar los Santos Cuerpos de los benditos San Ildelfonso y San Atilano y que sepan en que día era y verán a los Señores duque de Lerma y al Conde de Alba. Que para encerrar los toros hagan un toril. Que no se puede desarmar. Para cuado se echen los toros al río (después de corridos) estén veinte nadadores se echen tras ellos.”
Los embajadores volvieron muy satisfechos de la audiencia de Su Majestad, que les había repetido su intención de venir a visitar la ciudad, pero en vez de 20.000 ducados que querían para los gastos de las fiestas, solo se le concedieron 6.000.

El mayordomo mayor de la reina dio las gracias por las fiestas ya que había quedado  muy complacida.

La estancia de Felipe III en el convento del Corpus Christi.

En el primer libro de la fundación puede leerse: “14 de Febrero de 1602, en presencia de los reyes Don Felipe III y su Esposa la Reina, tomó el santo hábito sor Isabel de Jesús. En esta ocasión los reyes entraron en el convento”. El Rey sentado en el brocal del pozo del jardín que aún existe, dijo: “¡Vamos!, ¿Qué regalo queréis que os haga?”. Una religiosa le contestó: “Señor unas colgaduras para la iglesia”. A lo que el rey respondió: “Concedido”. Sor Isabel había sido dama de la reina doña Margarita de Austria, quién regaló al monasterio un manto rojo de tisú, bordado en plata.

 En el año 1910 se vendieron por estar ya muy deterioradas. Con él se confeccionaron   tres casullas, de las cuales dos existen en buen uso aún. También regló la reina un baúl grande, forrado en terciopelo rojo exterior, y por dentro seda color rosa. Que también está en buen estado aún.

Otra visita ilustre al convento la realizó en 1925 el Nuncio de Su Santidad en España, monseñor Federico Tedeschini. Admiró la sencillez y la pobreza del monasterio y la vida austera de las religiosas. Tras venerar a la Virgen del Tránsito, concedió abundantes indulgencias a cuantos fieles rezasen ante tan querida imagen



[1] El dibujo original de Zamora de Wyngaerde se encuentra en el Victoria and Albert Museum, Londres.
 Anton Van den Wyngaerde, conocido en España como Antón de Bruselasfue un dibujante paisajista flamenco del siglo XVI. Recorrió España a partir de 1561, dibujando pueblos y ciudades por encargo de Felipe II.

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